Carreta Pura

Este blog es sobre Guacarí, Cali y sobre algunas de las historias que flotan en la cotidianidad. Relatos, bitácoras y a veces algunas cartas.

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Por Camilo Osorio Sánchez
Publicado en el diario El País, 7-10-13

El tesoro está guardado en el primer piso, en un salón especial, protegido por una reja y asegurado con llave. Está dentro de más seis guacales, cubierto con espumas y plástico alveolar, a la espera de ser revelado a Cali.
Los Narcisos, caleidoscopios, cíclopes y cortinas de baño, están allí guardados junto a los demás dibujos, impresiones, fotografías y videos representativos del trabajo de Óscar Muñoz, uno de los referentes del arte contemporáneo más importante del país y a quien el Museo La Tertulia y el Museo del Banco de la República en Cali, rinden tributo con la retrospectiva Protografías que se estrena el 18 de octubre.
Carolina Cubillos es quien guarda la llave del tesoro de Óscar. Es la conservadora de La Tertulia e integra el equipo del museo que lleva un año gestionando la exposición, organizada por el Banco de la República y estrenada inicialmente en Bogotá, primera parada de la itinerancia que ha llevado a Protografías hasta Buenos Aires y Lima.
La gira de este artista payanés termina en Cali, ciudad en la que Óscar Muñoz ha pasado gran parte de su vida y la cual ha inspirado buena parte de su producción artística, por eso Carolina Cubillos explica que la exposición “tiene un encanto especial ya que la obra empezó en Cali y el museo fue bastante significativo para él”.
Protografías es una obra que “nos invita a indagar acerca de la capacidad del arte para reflexionar sobre la memoria del individuo, y sobre la necesidad misma de la memoria colectiva como compromiso de nuestra sociedad”, dice la presentación del Banco de la República sobre la exposición de la que fueron curadores José Roca y María Wills.
Las obras hacen parte de diferentes colecciones públicas y privadas creadas por Muñoz desde los años 70 y que además de mostrar las diferentes técnicas que ha experimentado el artista son un retrato histórico de Cali.
Óscar, quien fue ganador del primer premio del XXXIX Salón Nacional de Artistas en el 2004, ha expuesto sus creaciones en Nueva York, Venecia, Londres, Madrid, Tallinn y en el Institute of Design de la Universidad de Umea en Suecia.
También es el gestor de Lugar a Dudas, una casa en el barrio Granada de Cali, en la que las artes visuales, el diseño y el cine han encontrado refugio y más audiencia.
Por él es que el Museo La Tertulia adecúa desde hace dos semanas sus instalaciones para el montaje de la exposición. En este proceso coordinado por Cubillos, participan otros seis profesionales en artes, escogidos mediante convocatoria del Ministerio de Cultura, encargados de custodiar el tesoro de Muñoz y hacer las intervenciones técnicas necesarias.
Para ello, el museo ha tenido que levantar paredes falsas y sistemas de riego de agua, requeridos para las instalaciones de Protografías. Todo este detrás de cámaras de la exposición implica un delicado trabajo de organización de las salas con maquetas de las obras reales que tarda 15 días previos al lanzamiento al público.
“En esta exposición hay que tener cuidado con todo”, explica Cubillos, quien debió diagnosticar el estado en el que llegaron las obras desde el Mali, museo de arte de Lima, lugar donde estuvo por última vez Protografías.
También debe coordinar las condiciones climáticas donde reposan las obras hasta el día que serán colgadas y controlar la adecuada manipulación de cada una de ellas, pues entre las piezas están los cubos de azúcar manchados con café de la serie Pixeles del 2007 o la serie Narcisos de 1997 en los que Óscar imprimió sobre agua.
Mientras tanto los andamios y los botes de pintura son los objetos que reposan en las salas de la Tertulia, la cual se engalana para esta exposición que estará hasta los primeros días de enero del 2014, dando la oportunidad de ingresar a la mente de Muñoz y ver de cerca el tesoro que ha pintado y tallado en las principales etapas de su vida.
http://www.elpais.com.co/elpais/cultura/noticias/protografias-tesoro-oscar-munoz-expondra-tertulia
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La galería de Revista Carreta en Flickr.

Estos son algunos de los participantes de la Templotón, la actividad que la Junta Protemplo realizó este domingo 15 de septiembre en el barrio Arajuez para recaudar fondos, con el propósito de construir la capilla para la Virgen de la Medalla Milagrosa.


Ya estamos haciendo Revista Carreta #2! Busco fotógrafos, periodistas, diseñadores o guacariceños con ganas de mostrar otra cara de este Municipio. ¿Querés participar? proyectocarreta@gmail.com
Díganle que pienso mucho

Suelo darle vueltas al asunto, pensar una y otra vez. Luego una idea se vuelve un mundo entero y allí te cuento cosas que a veces no digo, porque pienso mucho otra vez y otra vez.

Pienso que debería dejar de pensar tanto, contagiarme de emociones y soltar los frenos del automóvil  ¿Ves? ya estaba perdido en un mundo nuevo.

A veces lo acepto y dejo de pensar, lo digo todo, es un huracán. Hablaré tanto que ya luego no podré callar. Tendrás que decirme que baje el volumen porque tienes que madrugar.

Pienso mucho, y no voy a dejar de pensar. Voy a contagiarte y contarte lo de mis mundos. ¿Por qué debería detenerme? Viste, ya no puedo parar de pensar.

Mayo 2, xxxx


Por Camilo Osorio Sánchez



Todos en Guacarí sabían que el árbol estaba enfermo. Incluso, todos en Guacarí sabían que el árbol se iba a caer. Pero sólo empezaron a llorar la tarde de aquel domingo, cuando el tronco crujió y se empezó a partir en dos. En la mañana del 14 de Agosto de 1989 el Samán de Guacarí se murió.

Su tronco se levantaba desde la mitad del parque principal José Manuel Saavedra Galindo y desde ahí se erigía al cielo con un montón de ramas robustas cargadas de hojas de diferentes tonalidades del verde, una sobre otra, y otras ramas y más hojas, bordando un follaje que cubría todo el perímetro del parque, de esquina a esquina, de un lado al otro; simplemente era gigante.

“El sonido que alertó a todo el mundo fue como un crujido,  lo escucharon todos los que estaban ese domingo en el parque y de inmediato llamaron a los bomberos para que hicieran algo por él. Pero el Samán venía enfermo desde hace rato, porque ya habían traído especialistas para que revisaran esa mancha negra que botaba por sus ramas; decían que tenía cáncer”, me contó mi tía Amparo.

Mi tía guardó un pedacito del Samán caído en su casa, recortes del periódico y fotografías del parque tras el traslado de todo el cadáver. Ella, como muchos otros en Guacarí, lloró.

Recuerda que ese domingo muchos se amanecieron en el parque esperando lo inevitable. Los bomberos habían amarrado con lianas de acero todo el tronco del Samán, que medía aproximadamente 8 metros de diámetro, pero cada golpe del minutero fracturaba más la abertura. Y entonces empezó el pánico.

“Decían que se iba a caer la Iglesia y la Escuela Normal Superior,  todas las casas alrededor del parque, porque las raíces eran muy largas. Ya te imaginarás el susto”, agregó.

Veintitrés años después el parque no ha cambiado mucho. La iglesia que en honor tenemos a San Juan Bautista era blanca y ahora es gris, despintada y tienes los vitrales rotos. Los cambios en la Escuela Normal están adentro de sus aulas. Ahora hay un banco más, tres discotecas, oficinas de servicios públicos, un pequeño centro de salud y muchas losas del parque completamente desquebrajadas.

“Eso sí, el parque era bellísimo”, recuerda Luzmila Hernández, una reconocida poeta del pueblo,  “no como ahora que uno no puede caminar por él, porque te puede atropellar una bicicleta y hasta motos, como si fuera una calle más”.

Luzmila es guacariceña de cepa, siempre ha vivido en el barrio El Limonar, uno de los más grandes y viejos de todo el municipio. Maestra, poeta, trigueña, bombero, alta, líder, madre.

Bajo el límpido azul de su cielo, la población abrió sus ojos y el árbol aún estaba allí. Los días de agosto son más soleados, el aire es más fresco y los guacariceños ya  estaban preparados para las Fiestas de San Roque, las que se hacen en honor al patrono del pueblo, que iniciaban el jueves próximo con una gran alborada.

Pero ese día, el Samán seguía enfermo. Amparo estaba terminando de comer la arepa con queso del desayuno. Luzmila estaba sentada en su escritorio. Las vecinas barrían la ceniza del andén. Y el sol calentaba como todos los días en la mañana. Hasta que sonó una vez la sirena de los bomberos. El tronco crujía. Dos veces. Y sonó el teléfono. Tres veces, cuatro veces, como cuando se muere un bombero. La poeta contestó.

-          Aló -

-           Luzmila,  hablas con J.M. González, el periodista del noticiero Campeones de Buga. Estoy emitiendo desde Guacarí, ¿qué poema tenés allí sobre el árbol? -

-         - ¿Por qué? -

-        - Porque se cayó hace unos segundos - 

Lágrimas escurrieron por sus pómulos. Amparo también lloraba. La sirena no paraba de sonar en el pueblo. Las lianas se reventaron y el Samán sembrado por don Ramón Becerra en 1904, se partió por su mitad exacta, y cayó lentamente sobre la tierra que del sol protegió, sin ocasionar  daño alguno. “Elegía al Samán” fue escrita en segundos.

El alcalde Luis Rodrigo Álvarez,  decretó en común acuerdo con el Concejo Municipal, cancelar las Fiestas de San Roque y guardar tres días de luto al imponente icono. Sólo quedaron firmes las cuatro palmeras sembradas en cada esquina del parque, ahora desolado y custodiado por miles de ojos vidriosos que llegaban a ver al cadáver.

Cuentan que esa noche muchos llegaron con sus velas y velones para llorar la terrible pérdida. Se quedaron allí hasta el alba, incrédulos de lo evidente.

Desde entonces del árbol sólo quedó su recuerdo: un mural pintado en la Escuela Saulo Ricardo Molina, un cuadro con su imagen en el restaurante de Macana, fotografías en los portarretratos familiares y su inolvidable nombre en la Cooperativa de Taxis El Samán, Rifas El Samán y Orquesta El Samán de Oro.

Samán de Guacarí cuando empieza a caerse, agosto de 1989.
Horas más tarde llegaron los funcionarios de la Empresa de Servicio Público de Aseo de Cali Emsirva, con sus motosierras, para demoler las frondosas astillas de hasta cuatro metros, donde los guacariceños se tomaban el retrato del adiós. Y ante la petición de los afligidos, se despedazaron los troncos en tajadas, para que turistas y locales, se llevaran los huesos para sus casas.

-Recuerdo que había tanta gente peleando por esos pedazos, que en un momento de esos, una señora se tiro por uno, cuando el trabajador impulsaba su herramienta, y yo dije, ¡le arrancó el brazo! El obrero lo detuvo de milagro y enojado les pidió que se quitaran de allí, porque él no quería ver a otro guacariceño muerto – dijo Amparo mientras recordaba el momento.

La razón de su muerte se corrió de voz a voz: los temerosos hablaban del cáncer que dejó necrótico las escamas de su tallo; los conocedores explicaron que un escarabajo africano le devoró las raíces y el tronco. Otros hablaron de una mariposa blanca, muchos hablaron de un hongo.

Cuatro días después asesinaron a Luis Carlos Galán en Soacha, candidato presidencial por el partido liberal y el Samán dejó de ser noticia. Se declaró su muerte natural, como por cosas de la vida, pero nunca nadie  investigó su homicidio.

El samán caído, agosto de 1989.
En 1970, cuando el árbol ya era frondoso, la plaza de Guacarí no correspondía al crecimiento del pueblo, por lo cual se encomendaron las labores del progreso y con ellas la transformación del pastizal en un Parque Central.

La característica de esta obra pública, que estructuralmente es la misma en tiempos del 2012, fue bajar el nivel de la tierra para levantar los muros, circulaciones y escaños,  en los que hoy se sientan los novios y los grupos de amigos para tomar aguardiente.

“Su follaje medía 60 metros de longitud aproximadamente, cifra igual a la que tenía su raíz principal y superficial en la tierra, como la de todos los samanes. Cuando subieron el nivel del piso del parque,  una  raíz se cruzó en el camino y tuvieron que cortarle algunos 15 metros. La obra se concluyó y el parque quedó ‘perfecto’”, explicó Álvaro Javier Muñoz Plaza, arquitecto guacariceño.

Siembra de un nuevo samán, tras caída del original.
Accidentalmente, como todos los grandes errores humanos, la raíz inoportuna que se cruzó en el progreso era la falange principal del gigante, que imponente y fuerte, guardó silencio ante el dolor. La repentina mutilación le impidió absorber por años los nutrientes necesarios, haciéndolo débil al ataque de un posible escarabajo africano, una mariposa blanca o un hongo grisáceo.

Pero en Guacarí por accidente se rompe el asfalto de la calle y se funden las lámparas del alumbrado público. Por accidente en este pueblo se muere mucha gente. Por accidente el municipio que en 1993 y 1994 fue  el más pacífico del departamento, hoy es un territorio anclado en algunas balas perdidas y un par de granadas que alguien detonó accidentalmente.

Pero del Samán no sólo queda el recuerdo. El 27 de diciembre de 1993 el Banco de la República aprobó por Resolución Externa número veinte, de agosto 6 de 1993 de la Junta Directiva del Banco, la circulación de la moneda de $500 pesos diseñada por el artista caldense David Manzur en homenaje al Samán caído.

También quedan cerca de 18 fotografías y dibujos guardados, con un reloj y un porta memos fabricados con la madera del gigante, en el pequeño museo, que tiene Juvel Ospina un guacariceño de alma y corazón, nacido en Caicedonia, Valle del Cauca.

Junto a la historia completa del Samán, de la estampilla con la imagen de la Casa Colonial, de los afiches de cada versión del Festival Latinoamericano de Danzas y de la historia de la Escuela Normal Superior, reposan en este pequeño museo cerca de 80 variedades de orquídeas, 40 de anturios, 20 de bromelias y el bonsái de un saludable Samán, hijo legítimo del árbol difunto “que ya tiene 22 añitos”.

“El error del guacariceño es que no vende las joyas que tiene. La Casa Colonial es una joya arquitectónica que vale plata, pero no la venden. Aquí van dejando que todo lo importante de Guacarí no salga a flote”, relata el coleccionista que trabajó durante 33 años como psicorientador de la Escuela Normal Superior Miguel de Cervantes Saavedra.

“Yo estaba aquí cuando se cayó el árbol. También vi cuando trajeron en grúas al Samán que intentaron sembrar después, el mismo que en meses terminó secándose. Y así como se murió ese, se pueden morir los cuatro samanes que tiene el parque actualmente, porque usted nunca ve que les hagan mantenimiento. Porque a Guacarí le falta es ganas”, añadió Juvel.

La memoria histórica que guarda Juvel sobre el Samán y el resto de Guacarí no la tiene la Casa de la Cultura, ni la Alcaldía Municipal, ni algún otro guacariceño de cuna. Porque  en  1989  este era un pueblo pequeño  y sigue siéndolo aún, porque el principal obstáculo del pueblo es que 'guacariceño come guacariceño', porque hay que esperar a que se caigan todos los samanes del parque para declararlo patrimonio, porque antes teníamos un icono y ahora no tenemos nada.


Por Camilo Osorio Sánchez
publicado en Revista Carreta N°1, abril de 2012
Derechos reservados


Posdata: Nací dos meses después de la caída del Samán, pero para nosotros los de allí, el árbol es un fantasma que no desaparece. La moneda de $500 que tenía grabada su imagen era una prueba de ello. Pero a finales del 2012, el Banco de la República cambió al Samán de Guacarí por la Rana de Cristal en una de las caras de esa moneda. En rechazo a esa medida, esta carta abierta que publiqué en octubre pasado.


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Punto Final
Camilo Osorio
publicado en la revista Ciudad Vaga, edición N° 5, 2009

Con la misma fuerza que soplaba desde las cinco de la tarde, el viento de aquella noche se estremecía volátil por las calles del pueblo, refrescando el ardiente asfalto de los típicos días dorados y azotando  puertas y ventanas  para anunciar la entrada de la noche y la hora del sueño. Pero está vez el viento no traía sueño; arrastraba por el aire un eco que se metía por las rejillas de las casas y gritaba: ¡la mataron!, ¡la mataron!, ¡mataron a esa muchacha!

Su tumba sin lápida, 2009.
De repente abrió los ojos. Se levantó con rapidez de la cama y fue a buscar a su tía. Era la primera semana de diciembre de 2008 y Jhon Jairo Echeverry ya no podía mantenerse callado; la pesadilla que le despertó se había repetido todos los días de la semana. No podía ocultarlo. Así que asustado le dijo: -Tía, la vi herida, la vi herida en sueños-. La mujer, aterrada, le preguntó su opinión. El hombre de 39 años y voz ronca era reconocido por sus facultades paranormales. Hay quienes dicen que es un vidente. Y éste contestó: -No, tan sólo la vi herida y eso no me parece bueno-. La mujer guardó silencio.  Él también lo hizo. Pero en el fondo había ocultado algo; no estaba herida, la había visto muerta. Momentos después alguien llamaba a la puerta, y esa era ella.

Algunos la veían pedalear en las tardes en una bicicleta empolvada y gris. Los movimientos circulares de sus pies en los pedales recorrían las calles fracturadas del pueblito en el que vivió desde el 20 de agosto, día en el que nació asfixiada por causa de una bronconeumonía en el Hospital Universitario del Valle, en la ciudad de Cali. 

Pedaleaba hasta que alumbraba la noche y doblaba en las esquinas oscuras de los barrios siniestros de Guacarí, un municipio cercado por los troncos cilíndricos de los cañaduzales; 32.554 habitantes, 8 colegios, 2 bancos, un hospital y un estadio. Caminaba con pasos largos y mucha rapidez, como si siempre la estuvieran  persiguiendo; otros –murmuran- también la vieron en moto, aunque pedaleaba con frecuencia, en sus  blusas rosadas que le descubrían el ombligo, las corticas pantalonetas de lycra o la minifalda de tela blanca que usaba sin calzones.

Aquel día Jhon Jairo la buscó “por cielo y tierra”. Con el viento de las 5:00 pm salió en una bicicleta olfateando el rastro de su prima. La encontró a las afueras del pueblo, en un potrero olvidado. Se le acercó decidido y le dijo: -¿Verdad que andas sin calzones? -,  -¿Quién dijo?-, contestó imponiéndose mientras lo miraba a los ojos. –No, ¿vos andas sin calzones?, decime la verdad-. Ella giró la cabeza con desprecio. Él estiró la mano y le levantó la falda. Abrió la boca y gritó de asombro. -¡Ay!, esto qué llama, no, no, no.- Ella no dijo nada. 

La adoraba como si fuera su hija, la hija que no tiene. La matriculaba en la escuela. Dormía a su lado. Sabía que le encantaban los espaguetis. Se lamía los dedos al terminar de comer. Era su línea de atención. Para su familia era una mujer inteligente, audaz, extrovertida, coqueta y buena amiga. Pero eso sí –recuerda Jhon Jairo- no lavaba ni por el chiras; dejaba hasta los interiores por ahí, para que mi mamá o mi tía los alzaran.

Para otras personas de Guacarí era una perra, una pícara, era tremenda. Decían que estaba embarazada y nadie dudaba de su reputación. Vivía cerca al centro del pueblo, frente a un supermercado y a pocas cuadras de la galería de abastos, en el segundo piso de una casa amarilla y sencilla que limitaba también con el ruido vibrante de los buses municipales, con el olor a moscas de una carnicería y con un burdel de cortinas rojas. 

El burdel no tiene letrero, ni un aviso, ni un patrocinador en luz de neón, pero todos en Guacarí saben que se llama “El Luz Viejo”, porque el “El Luz Nuevo” está muy cerca, en un perímetro de dos cuadras donde también hay otras tabernas, droguerías, juegos de billar, tiendas naturistas y casas de familia. Allí en “El Luz Viejo”, una casa antigua de tres niveles, paredes verdes y aroma oxidado la veían a ella; se desnudaba por 10.000 pesos cuando su nombre no aparecía en el anuncio del show de la noche. De esta manera se fue convirtiendo en un exótico animal nocturno del pueblo, que aunque rugía con una fuerza visceral permaneció invisible para todos los ojos que no la querían ver.

El lunes de la segunda semana de diciembre ella volvió a la casa de su primo Jhon Jairo. Él venía del patio y cuando la vio sintió que su imagen le congelaba las piernas. Actuó con normalidad. Entonces la recordó en su infancia cuando decía desde pequeña que moriría joven. Ella le preguntó a su tía si tenía pollito. –Sí, pero no está apanado- le contestó. –No importa, es pollo; ¿me regala un poquito?-. Después, lamía el hueso, se lamía los dedos. 

El homicidio ocurrió frente a este lugar, conocido como 'La Caponera'
Cuando se fue, Jhon Jairo volvió en sí. Lo había visto, blanco, alado y tornasol, sin guadaña, sin la hoz, adherido a la sombra de ella. – Tía, le dijo, vi al ángel de la muerte con ella, se nos va, ¡ella se nos va!- ; -¿y vos por qué decís eso?- preguntó petrificada. –Porque lo estoy viendo, yo ya lo vi, era el ángel de la muerte ¡y mis ángeles me están diciendo que ella fallece mañana a tales horas!- contestó rápido, alterado, ronco. Salió a la puerta con su andar contoneado. Ella ya estaba lejos, pero la alcanzaba a ver. No la vio caminando a ella. Sólo la vio caminando como un esqueleto.

Hablando entre dientes, otros murmuraban que una vez al atardecer un viejito se acercó a su casa y tocó la puerta, ella abrió y apoyada en el marco conversaba con el hombre. Tenía un alto tono de voz y solía hablar como si estuviera enojada o como lo hacen los guacariceños, gritando.  Por eso los murmullos escuchaban que el viejito se acercaba y le decía cosas hasta que exclamó con fuerza resonando en la calle empolvada: -¡ay mijo, yo lo que necesito es plata!...vea, yo me dejo chupar una tetica por 10.000 pesos, usted verá.- 

El viejito caminó por la calle y dobló en la esquina, ella caminando rápido lo siguió con cautela. El murmullo retumbó: -En la esquina donde queda “El Luz” pero no el nuevo, el viejo-. Minutos después regresó entusiasmada con una sonrisa dibujada en su boca pequeña y masticando una presa de pollo que llevaba en la mano izquierda. A su lado caminaba Balanta, una trigueña  de blusas cortas y flácida barriga , su amiga de esquinas… la miró y con un ataque de risa le dijo: -¡ja, ya tengo mi marrano!, para deslecharlo cuando yo quiera.-

La inquietud y el miedo se aferraron de Jhon Jairo después de ver al ángel. Miedo como el que llovió sobre el pueblo, meses antes a diciembre cuando el panfleto amenazante listó a varias personas. No tenía firma, pero sí tenía nombres. Viciosos, prostitutas, vagos, ladrones y expendedores de droga fueron los argumentos empleados en el pasquín para enumerar a los habitantes que podrían morir. Jhon Jairo la buscó en la lista, como por no dejar. Pero ella no estaba. Las autoridades del municipio nunca se pronunciaron al respecto. –Que digan lo que quieran, decía Jhon, pero no le hacía daño a nadie; y si robaba, me robaba a mí-. 

Su mamá, Clara Inés, una mujer de 43 años, nunca estuvo cerca. La abandonó del todo cuando ella tenía 3 años. La dejó con Chila, la tía de Jhon Jairo y familiar de Edinson, su papá. Edinson Echeverry es igual de intermitente. A veces está y otras veces no. Alguna vez firmó un papel en la Comisaría de Familia Municipal, para que la ayudaran a entrar en un instituto de rehabilitación. Desde entonces, cada vez que avisaban  que irían a recogerla, se escapaba. Nadie la encontraba. A veces su mamá llamaba al teléfono. Programaba una hora para llamar y hablar con ella. En esas ocasiones no se escapaba. Permanecía en la casa. Mirando el teléfono, a la expectativa. Y el teléfono no sonaba. El reloj se desvanecía. Se acababa el día.  

Zuria.
El viernes 12 de diciembre de 2008, la piel canela de su cuerpo, se escondía bajo una camiseta de rayas azules y negras. No medía más de 1,60 cm y tenía unas piernas largas y brillantes cubiertas con una pantaloneta negra. No llevaba más de nueve meses fumando marihuana, pero ya consumía bazuco, perica y a veces inhalaba sacol. Tenía un saco gris amarrado a la cintura. 

Su cara era ovalada; sus ojos grandes y cafés, las cejas arqueadas por  depilación, reflejaban su mirada apagada por los párpados caídos adornados de color azul metálico. –Ay primo, le dijo a Jhon Jairo cuando se lo encontró en la calle, ¿no tenés para comprarme un pollito?-. Éste levantó las cejas. Había cambiado mucho, ya no se peinaba el cabello largo y castaño que cuidaba, no se maquillaba, no usaba collares, se veía más delgada, se bañaba a ratos. –Sí tengo, pero venga la acompaño que no quiero que la plata se la meta en vicio-.  Se comió el pollito y siguió su camino.  Jhon salió a trabajar a Buga, aterrado del aspecto de su prima. Pero incluso con el alma mohosa y el cuerpo oxidado, ella exhalaba la fragancia que enloquecía a ciertos hombres. Y por eso se murió.

A las 10:00 de la noche, un amigo suyo apodado “Tintin”, al que con frecuencia le regalaba comida y ropa, la despertó de la cama en que dormía, en una casa grisácea de la calle tercera con carrera quinta. Hablándole de trago, cigarrillos y dinero la sacó de la casa para empezar la noche del viernes. 

Caminaron sobre el deteriorado asfalto, guiados por la débil luz de las farolas opacas de los postes. La vía es una de las salidas del pueblo que desemboca en una vereda vecina y se choca en un costado, tras un recorrido largo y oscuro, con una débil cantina de improvisada estructura. El sitio, conocido como “La Caponera”, reposa bajo un joven samán y cuenta con una caseta cúbica de metal amarillo marcada con el sello de “Poker”, al lado y  anterior al potrero estaban las mesas, las sillas, las copas de plástico y la música herida que graznaba en un parlante viejo bajo un techo de láminas plateadas y paredes de esterilla. Allí se sentaron “Tintin” y “La Chatarrita”, así la conocían.

Jhon Jairo no pudo continuar trabajando. No paraba de hablar de ella, pensar en ella, sentir como ella. Se bajó del bus que venía de Buga mientras retumbaba en el pueblo la sirena que activan los bomberos al medio día. Pero eran las 10:00 de la noche. 

El viento soplaba con rabia. Los bomberos encendieron el carro. Jhon Jairo pestañeó. El motor ensordecedor de una moto frenó con violencia frente a la cantina. La máquina de bomberos aceleró el velocímetro. Un hombre corpulento accionó el gatillo. Jhon Jairo dejó de respirar. La ambulancia gritó enseguida. Ella levantó la mano derecha y se cubrió los ojos. Su tía lo vio cruzar la puerta y le dijo: -mijo, casi que no llega-. Murió de inmediato.

Cuando se enteraron de todo, el cadáver reposaba en el hospital. En la pantalonetica negra encontraron guardadas 4 pastas de planificación sexual. Nadie sabe quién la mató. Nadie sabe porqué la mataron. Los murmullos dicen, con la boca cerrada, que se acostaba con quien no debía y los celos de otra mujer decidieron borrar el perfume de su respiración. 

Sin embargo los murmullos decidieron mantener la boca cerrada. Zuría Echeverry Bolaños  fue asesinada  de un solo disparo que atravesó la mano con la que se cubrió los ojos y cruzó todo su cráneo. Tenía 14 años y  había sido expulsada del colegio en sexto año de secundaria. No estaba embarazada.  Después de esa noche en Guacarí no pasó nada; todo continúo en la normalidad. La lluvia borró la sangre indeleble y el calor evaporó el último aliento encerrado en una bóveda sin lápida, de aquella joven muchacha, triste y feliz, que  hasta aquel instante  no hacía más que vivir. Punto Final.

El pasado 8 de febrero, tras 10 días de estar desaparecido, Cheo fue hallado muerto en el sector El Terronal de la vía que de Guacarí conduce a la vereda de Guabas. Su entierro se llevó a cabo el sábado 9 de febrero en horas de la mañana. En homenaje a lo que significaba para quienes compartimos con él, dejaré este post, el que publiqué cuando aún no sabíamos su  fatal destino, porque en el fondo guardamos la esperanza de encontrarlo en algún lugar pronto.



Se llama Julián Andrés Granobles Moreno, pero por ese nombre no lo conoce mucha gente. En cambio, si pregunta por Cheo le dirán por dónde vive, con quién anda, quiénes son sus familiares y hasta le contarán que hoy (6-02-13) cumple ocho días desaparecido de las calles de Guacarí.

La última vez que lo vieron, fue el penúltimo día de enero, cuando salió de su casa en el barrio Las Ceibas a las 2:00 p.m., porque quería distraerse. Se montó en su bicicleta y pedaleó hasta perderse en la vuelta de la esquina, bajo un calor espantoso que sofocó por todo el mes hasta al caudal del río Guabas.

Recuerdan que usaba un sudadera azúl turquí, una camiseta blanca y una gorra negra. En general, no recuerdan nada más. Algunos dicen que estaba triste, otros en cambio aseguran que estaba deprimido. Y también hay gente que no sabían que está desaparecido. 

No es político, economista, ni una reconocida autoridad municipal. Cheo es conocido en Guacarí por la energía con la que camina, su constante alegría, su facilidad para hacer amigos y el tono ronco y seco de su voz con la que saluda a conocidos y desconocidos.

También se sabe que es servicial, que tiene conocimientos de enfermería y que de vez en cuando se va de parranda a cantar con sus amigos baladas, vallenatos y salsas.

De resto, no se sabe nada más. No hay respuestas para explicar por qué Cheo no aparece en un pueblo que apenas tiene en promedio 13 calles y 13 carreras. Un pueblo con 18 policías, una estación de Bomberos, un equipo de la Defensa Civil y hasta una delegación del Club de Leones.  No contesta el celular, no ha hablado con sus amigos, ni siquiera lo han vuelto a ver, en el parque central, dando una vuelta en bicicleta.

La incertidumbre ya se mueve por Facebook. Sus amigos ya han pegado su foto por varios postes de la energía que ilumina al pueblo. El denuncio en la Fiscalía ya está puesto. ¿Por qué no aparece Cheo?

Dijeron que ese miércoles llevaba una navaja consigo. Luego dijeron que lo habían encontrado en el medio de un cañaduzal. Hasta ahora nada de eso es cierto.

Lo único cierto es que lo están buscando. Su alegría, su desparpajo, su tumbao' ya le hacen falta al pueblo. Cheo, no te escondas, acá te estamos buscando.

Cualquier información es valiosa:
Telefonos: 2538717 - 2530297 
Dirección: Calle 9 # 2-25, barrio Las Ceibas, Guacarí - Valle del Cauca. 


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Una vieja que llora en silencio
por Camilo Osorio
fotografías de Jorge Urrego Lince

Jorge Urrego Lince
Fotografía: Jorge Urrego Lince, Revista Carreta
Los días de festividades empiezan temprano, con los vecinos sacando al andén los ruidosos bafles de sus equipos de sonido, con la reunión de mujeres adobando la carne de cerdo y con los niños corriendo por las calles con sus juguetes nuevos. Así son las navidades y el año nuevo, calurosos, familiares, dulces, rumberos. 

Pero incluso en esos días él prefiere pasar un par de horas bajo la sombra de los árboles, empujar la vieja canoa de madera, tomar el remo y navegar sobre las aguas dulces de la Madre Vieja de Videles.

En tiempos pasados este lugar congregó a muchos pescadores que aprovechaban las crecientes del rio Cauca sobre las amplias llanuras, para comercializar y alimentar a sus familias con pescados como tilapia y bocachico, que se quedaban atrapados entre los canales, las lagunas y la Madre Vieja del rio.

Durante este ir y venir fundaron un caserío de pescadores en medio de tierras secas, alejadas a 134 kilómetros del océano Pacífico, y poco a poco se ganaron en Guacarí, municipio al que pertenecen, la fama de vender buen pescado, de ser buenos nadadores y de mover las piernas al ritmo de la salsa, el merengue y el vallenato.

En tiempos presentes Guabas se ha transformado más en un pueblo de corteros de caña y menos en uno de pescadores. Todos sus límites empiezan y terminan con caña de azúcar y es esta misma planta la principal amenaza del único paraíso ecológico que caracteriza al caserío. Agua dulce versus plantas de azúcar.

Carlos Humberto Posada, es uno de los pocos que se quedó en el bando del agua. Es él quien navega por su corriente los días festivos y es a uno de los locales que más le duele ver llorar a la Madre Vieja. Llorar porque se seca.

La contaminación de las aguas y el uso de fungicidas para los cañales han impactado en la escases de peces del humedal, “ahorita hay bochachico y tilapia, cuando tradicionalmente habían otras especies como el corroncho, el bagre, el jetudo, la boquiancha, pero esos son peces ya en vía de extinción, eso ya no se consigue”.

El pescado de la Madre Vieja Videles de Guabas se comercializaba en Guacarí, Buga, Tuluá e incluso en Bogotá; hasta hace pocos años el 70% de los habitantes de este corregimiento, distanciado a cinco kilómetros de Guacarí, encontraban sustento económico en esta práctica.

Dos kilómetros y medio, de terreno y caña de azúcar, separan a las casas de Guabas con el humedal, al que se puede viajar caminando, en moto o en bicicleta por un sendero que bordea las aguas del río Guabas y desemboca, en cerca de 15 minutos en la orilla del rio Cauca. Y allí ya estás en el paraíso.

Esta desembocadura era un lugar estratégico para el pescador, pues en los intercambios de agua suele encontrarse mucho pescado, “pero ya no” –afirma Carlos Humberto- “aquí se reunían hasta diez canoas, con veinte pescadores, listo para salir a topear. La topa es cuando todas las canoas se lanzan al rio y forman un ruedo, hasta que escuchan una voz de alerta y todos lanzan la red al centro”, hoy ya no se hace eso.

Hoy el espejo de agua regulador del río Cauca conocido como Madre Vieja Videles está amenazado por la tala indiscriminada de árboles, el monocultivo de la caña, la contaminación con basuras y químicos y el desplazamiento forzado de sus 15 hectáreas de extensión.

 El problema empezó cuando los dueños de las tierras aledañas al humedal, saborearon la rentabilidad que les daba alquilar sus terrenos a los ingenios azucareros de la región. Y así en muy poco tiempo miles de plantas cilíndricas se erigieron altivas por todo el terreno.

La misma glucosa que extraían de estas plantas endulzó la vida de los terratenientes guabeños. Y cómo no dejarse seducir por un negocio tan próspero, si tan sólo durante el pasado 2011 el Sector Azucarero Colombiano produjo 2.339.953 toneladas métricas de azúcar crudo, 262.340 toneladas más que el año anterior.

Carlos Humberto, el moreno alto de cabellos blancos y ondulados, precisa que las zonas aledañas al humedal siempre han sido terrenos inundables, tierras que el agua del segundo rio más largo del país decide bañar, para descansar y continuar en su largo camino hacia el Caribe. Tierras públicas.

“Ellos dicen que el humedal los está perjudicando, pues debido a la ola invernal han perdido partes de sus cultivos”, explica Posada; pero esa razón no es suficiente para justificar la construcción de un jarillón que bordea toda la Madre Vieja para impedir que sus aguas ahoguen a la caña.

Con costales llenos de tierra, paredes de lata, alambre de púas y trozos de madera, los responsables de esta decisión han levantado un dique de cerca de 4 metros de alto y un metro de ancho, que en principio parece un sendero ecológico que lleva al centro del humedal, pero su verdadera misión es cerrar el paso al espejo de agua.

La otra estrategia de mitigación del invierno fue la instalación de una motobomba que extrae el agua que queda en los cultivos y la devuelve sin cuidado alguno al humedal o viceversa, para hidratar la tierra en tiempos de sequía.
 
Estas intervenciones no sólo afectaron a los peces que dejaron de abundar en este lugar, también han impactado en los patos silvestres, las garzas y otras aves, en los variados tipos de árboles que protegen sus límites y en el agua del río Guabas, del rio Cauca y de la misma laguna.

El dique está ubicado a menos de un metro de la orilla del agua rompiendo la normativa de 30 metros de distancia permitidos para la protección del área boscosa, estos mismos sirven de compuerta que impiden el paso del agua por las bóvedas que alimentan a la Madre Vieja en tiempos de verano.

El destino de este maravilloso lugar pareciera ser la muerte por deshidratación. Cómo Videles, el departamento del Valle del Cauca tenía cerca de 49 humedales de los cuales sobreviven menos de la mitad, los principales en municipios cercanos como Yotoco.

Además de los grandísimos esfuerzos que Corpoagua, una ONG sin ánimo de lucro de la cual Carlos Humberto es líder, hace por la protección de este ecosistema, se creyó que al incluirla como atractivo turístico dentro de la ruta Destino Paraíso, su futuro sería mejor.

Destino Paraíso es un programa de turismo rural direccionado por la Gobernación del Valle y otras instituciones que destaca las bondades de los municipios de Buga, Guacarí, Cerrito y Ginebra. La actividad sugerida en Guacarí es la visita ecológica a la Madre Vieja a través de vallas publicitarias que se pueden ver por la vía Panorama que atraviesa al departamento.

Pero ni en Guacarí, ni en Guabas, ni en la vía al humedal, se encuentra algún tipo de señal que confirme su pertenencia al programa turístico. La Madre Vieja está por fuera del Paraíso.

Además los gestores de la iniciativa prometieron a los locales la consecución de canoas equipadas con todos los elementos de seguridad para brindar el servicio de navegación por sus aguas, balsas sin motor para proteger a los peces, cotizadas en más de $1.000.000 cada una. Hasta ahora no ha llegado nada.

Los paseos sobre los tres metros de profundidad de sus aguas se siguen haciendo en 30 oxidadas canoas, por algún Guabeño que ande por ahí y esté motivado en hacer el recorrido. No hay ninguna política clara sobre el llamado Ecoturismo en la zona. Hasta ahora Coragua ha tomado la iniciativa de desarrollar el Plan de Manejo de la Madre Vieja de Videles, pero las dependencias directamente responsables, como la Corporación Autónoma Regional para el Valle de Cauca CVC y el Departamento de Gestión Ambiental de Buga, siguen enfrentando la problemática de forma desatomizada.
Foto: Jorge Urrego Lince

“A mí me decía un profesor de la Universidad del Valle que en efecto era muy complicado que tan pocas personas defendieran un patrimonio como este, que para enfrentar los problemas de la Madre Vieja había que involucrar a toda la sociedad civil, que la gente se apropiara de ella, que la defendiera. Porque son pocos los que tienen la misma conciencia que los líderes de Coragua”, decía Nilma Plaza, mientras navegábamos por las aguas del humedal.

Y es que sólo falta visitarla y dar un paseo por sus aguas para entender su problema. La corriente es suave, el agua es tibia y mientras más te adentras en su laguna, más cerca se ve la cordillera, los copos de las nubes se tornan alcanzables y sólo escuchas el abrazo que da el remo, cuando se impulsa sobre la superficie líquida.

Diez minutos más tarde el agua inundaba la canoa, pero el navegante y nosotros, los pasajeros, seguíamos inmóviles flotando en el silencio. Con un tarro plástico partido en la mitad empecé a sacar el peso que nos sumaba el agua mientras Carlos Humberto recordaba viejos tiempos. “El paseo era los fines de semana, venían todas las familias y preparaban el almuerzo, mientras los muchachos competíamos en carreras nadando por todo el ancho de la Madre Vieja; por eso dicen que todo Guabeño sabe nadar”.

Los árboles crecen de sus aguas, el sol se funde con su horizonte, y todo es tan tranquilo, el aire no produce ningún sonido, que su llanto sólo se escucha en el silencio, pues todos lloramos ante el olvido, por el miedo insoportable de saber que estamos muriendo.

Twitter: @camilo_osorio1
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En lo corrido del 2013 van más de 4 muertes violentas en un municipio de no más de 25 mil habitantes. Que la violencia no borre tu esencia.


Ante el panorama de violencia que no se detiene en Guacarí, ante las amenazas y los señalamientos, ante el miedo de salir de la casa, opinar al respecto y caminar por las calles, ante eso, vale la pena recordar una columna de Carolina Lenis, publicada en Revista Carreta.

Sobre una Casa Vieja en la 'Nueva Granada'
por Carolina Lenis

A mis primo/as.
A Aurora, “ Mi reina”, a Alex “La Regia”,
a Jhon “El Borracho
y a todos a los que les han ido
quitando la luz tan vilmente.
También a Eocarpo,
sin él ningún ejercicio  académico sería posible.


Ante la provocación no debe una resistirse. Cedo frente al placer que me suscita la posibilidad de escribir, particularmente cuando puedo hacerlo pensando en Guacarí, lugar de mis entrañas, de grandes dudas y contradicciones, de metáforas pintorescas que te arrancan risa y dolor. Pero no sólo eso, es también el lugar donde nací y viví mi infancia, por donde circulan muchos de mis afectos, en donde está la gente que más me quiere y a la que yo más quiero, las raíces, la familia.

Crecimos en una casa gigantesca, de cosecha de mamoncillo cada agosto, época de ferias, cometas y vacaciones escolares. En ésta casa vieja jamás ha faltado la comida, ni en los peores momentos, pues aún no habiendo dinero estaba la tienda de Maruja, una matrona gentil y solidaria, madre de nueve hij@s  tan valientes como ella, gran amiga de calle de mi abuela, mujer de tiempos pretéritos y presentes, mujer prolija.

En esta casa transcurrieron los mejores años de mi vida, puedo decir que tuve una infancia feliz, llena de viajes divertidos y sucesos interesantes. 

Surgieron mil retos y aventuras profundamente estimulantes para nuestras fantasías infantiles; nuestras tardes se colaban entre los más variados juegos y el gran destacamento  de prim@s,  allegad@s  y  arrimad@s; corríamos enloquecid@s en medio de grandes árboles frutales, construíamos casas de cartón, hacíamos guerras de piedra, teníamos peleas verdaderas y simuladas, cenábamos con hierbas y flores, vertíamos jugos verdes en diversas vajillas de juguete, que bien podrían ser replicas miniatura de múltiples utensilios de cocina que  acompañaban a las muñecas o venían como regalos sorpresa para niñas, o bien podrían ser tarros viejos, piedras, cuencos o semillas que cobraban vida bajo nuestra palabra creativa y encantadora.

Nos imponíamos tareas y actividades para nuestra diversión, así construíamos columpios elevadísimos con llantas viejas de los que tarde o temprano uno u otra terminaba cayéndose, nadábamos en el lago sucio para peces, que tenía más tierra que agua, evidenciando lo primitivo de la ingeniería de mis tíos, pues su “sofisticadísimo” sistema de poliuretanos no era muy resistente y rápido filtraba el agua. 

Hacíamos largas listas de jóvenes invitad@s para comitivas en nuestro patio maravilloso, plátanos,  papás, yucas, huevos o carne iban llenando la bolsa de lo que luego sería una comida que llenaría más nuestras emociones que nuestros estómagos, también teníamos una complicidad extraña que no ponía en evidencia a cualquier amiguit@ que no daba su aporte, eso no se contaba y tod@s tan felices.

Entre tanto transcurrieron mis años infantiles con las preocupaciones genuinas de una neurosis emergente, todas estas hazañas y travesuras  propias de los juegos y rituales eran narradas por mi mamá a mi maestro, ahora difunto, que fungía como cierta autoridad en todos los campos de mi vida. El señor, Eocarpo Antonio, que dejó en mi mucho más que su insolencia y su pulcritud en la caligrafía, ante todo dejó su espíritu combativo y sus ganas de divertirse siempre.

Cómo recuerdo todas estas horas mágicas ahora escurridas, extintas como las chicharras que aturdían hasta al sol radiante de un medio día de hace veinte o más años. Ya no se reproducen, ni se actualizan cuando observo a esta nueva generación de primos en ascenso. Pues jamás han tenido un juego de rayuela en el patio pavimentado, ni han peleado con terrones de tierra mientras alguno se roba una mandarina jugosa que el otro bajó con dificultad de un árbol a medio día, contrariando la voluntad de la vieja Concha, mi querida abuela: “Pues con sol no se cogen fruta, eso seca los palos”.

Este nunca ha sido una regaño que tengan que escuchar, ell@s no se ensucian, no sudan, no se trepan a los palos, sólo hacen jornadas maratónicas en el x-box, anhelan mi llegada para que les preste mi computador  portable y reúnen dos mil pesos ya no para comprar leche en polvo metida en un pitillo con una bombita como premio, sino para alquilar un modem que suministra internet y ver videos en Youtube de Lady Gaga, Glee o Selena Gómez, revisar su perfil de Facebook o bien meterse a una página de juegos en línea, metáfora perfecta del sifón que les chupa la vida: www.friv.com, la propia sanguijuela cibernética.

Ellos tampoco van a la tienda de la esquina, sus padres tienen miedo que explote una “Nueva Granada” o que deban presenciar otra balacera como la que le quitó la vida a nuestra querida amiga Aurora, una de las “Marujas”. Nuestra calle de casas con solares grandes y florecidos es ahora una calle olla, en donde ya nadie quiere una casa, por donde la gente no quiere ni cruzar, en donde en pleno 31 de diciembre no explota ni un muñeco de año viejo y un pelotón de tropa custodia la esquina ante la amenaza de una nueva bomba. 

La calle tercera siempre tuvo lo suyo, desde su nacimiento después de la carrilera  ha sido calle de putas y jibaros, pero ahora existe una diferencia, el cielo que antes tan solo se nublaba con la marihuana fumada por  Don Elias Frades alias “El zorro”, también difunto, ahora se nubla con las esquirlas de las granadas de fragmentación  que les tiran a sus nietos.

A pesar de ello seguimos llegando todos a reunirnos en esta gran casa, a contar cuentos y reírnos con chismes recién estrenados sobre la política local, sobre fulano o zutano, a escuchar  apodos nacidos de la genialidad de mi abuela Concha, que a pesar de lo vieja tiene aún toda suerte de invenciones; seguimos encontrándonos, incluso, cuando no estoy en el pueblo hago “teleconferencia”, llamo todas las noches y pregunto si están en “aquelarre”, como suelo llamar a sus convites,  amenizados al calor de las sabrosas comilonas de mi mamita, con su sazón sin igual y el humor ácido de mi tía Tránsito, famosa por vender empanadas, para muchos las mejores de la comarca y quien responde a sus clientes de manera contundente frente a una petición de fiado: “¡Fiar! Jumm… Ni a mi mozo que está en el cementerio”. Por éstas y mil razones más: Amo esta vieja casa en lo que ahora osan llamar “Nueva Granada”.
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Camilo Osorio
Comunicador Social - Periodista de la Universidad del Valle. Periodista web del diario El País de Cali. Estudiante de Maestría en Innovación Social. De Guacarí, oís. Twitter: @camilo_osorio1
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